Robo o performance, la historia de Emilio Onfray y la desaparición del Torso de Adèle

Emilio Onfray fue a juicio acusado de robo. Fue condenado a disculparse con el Museo de Bellas Artes, con Chile y con la Fundación Auguste Rodin de París, y a trabajar durante un año como bibliotecario en una cárcel. 

El arte latinoamericano presenta varios casos famosos de robo de obras. Uno de los más resonantes se dio en 2005, en Chile. Emilio Onfray (luego conocido como Emilio Fabres) se llevó del Museo Nacional de Bellas Artes el Torso de Adèle, una icónica escultura de Rodin. Fue acusado de robo y él se defendió diciendo que todo se trató de una performance. Hurto o genialidad, la incógnita perdura a 19 años de los hechos.

Punto de partida

El jueves 15 de junio de 2005, Emilio Onfray llegó al Museo Nacional de Bellas Artes de Chile con el objetivo de visitar la exposición “La tentación de San Antonio”, de Guillermo Frommer, quien por entonces se desempeñaba como docente de grabado en la Universidad Arcis.

Emilio tenía 20 años y era estudiante de Bellas Artes. Y Frommer era su profesor. Era de noche y el museo debía estar cerrado, pero no lo estaba porque se trataba de una ocasión especial. 

Una de las primeras incógnitas se presenta en que no se sabe si Onfray estaba bajo los efectos del alcohol o no. Lo cierto es que en un momento sintió la necesidad de ir al baño. Se separó de su grupo de amigos y se desorientó: se perdió entre los pisos y las habitaciones del museo.

De pronto se encontró en una habitación a oscuras y se topó con un objeto. Lo cubrió con una prenda, lo guardó en su mochila y se retiró del museo sin levantar sospechas.

Sin pistas a seguir

La exhibición de Frommer tenía lugar en el primer piso del Museo Nacional de Bellas Artes. En una de las salas de la planta baja se estaba exponiendo una de las mayores muestras de arte que recibió Chile en toda su historia: una retrospectiva de Auguste Rodin (1840-1917).

En total eran 62 esculturas, 30 dibujos y 28 fotografías del artista francés. Todas las piezas fueron cedidas por un plazo de 4 meses por la Fundación Rodin de París. 

Al día siguiente, uno de los guardias de seguridad descubrió que una de las piezas más valiosas no estaba. Era el Torso de Adèle, una escultura de bronce de 20 kilos que Rodin realizó entre 1882 y 1883. 

La desaparición de la escultura fue catalogada como un robo. Y el hecho adquirió alcance público nacional de inmediato. El fiscal del caso, Andrés Baytelman, consideró la hipótesis de una banda internacional de ladrones de arte y ordenó cerrar las aduanas del país. Pero lo cierto es que no tenía ninguna pista para seguir.

Las cámaras de vigilancia del museo no eran infrarrojas ni tomaban sonido. Como un empleado había apagado las luces de la sala donde estaba la retrospectiva de Rodin, el único registro que se tenía era el de 12 horas de grabación de una pantalla en negro y en silencio. 

Juicio y condena

Emilio Onfray se despertó el 16 de junio y descubrió que la noticia estaba en todos los canales. Se enteró de que el Torso de Adèle tenía un valor de medio millón de dólares. Y también vio que todos se referían a él (sin saber que era él) como un ladrón.

Por la tarde, se presentó en una comisaría y dijo que había encontrado la escultura de casualidad mientras sacaba fotos en el Parque Forestal, el predio en el que se encuentra el Museo. Baytelman no le creyó: pensó que un estudiante de Bellas Artes tendría que reconocer una pieza artística tan icónica como la de Rodin. 

Onfray fue a juicio y se defendió diciendo que no era un ladrón, sino un artista. Su abogado presentó la tesis de que en realidad había hecho una performance. Que había tomado prestada la escultura para evidenciar la relación entre presencia y ausencia en el arte, y para conceptualizar cuestiones como la del plinto vacío, entre otras cosas.

Emilio tenía la ventaja de que era joven, carecía de antecedentes y había regresado la escultura al día siguiente en perfectas condiciones. Fue condenado a disculparse con el Museo, con Chile y con la Fundación Auguste Rodin de París. Y también a trabajar durante un año como bibliotecario en una cárcel. 

Presente y misterio

Desde 2011, Emilio Onfray es conocido como Emilio Fabres. Se cambió el nombre en el marco de una performance abandonando el paterno en rechazo a la figura de su padre.

El caso que protagonizó aún resuena en los medios y en el mundo de la cultura. En 2017, Cristóbal Valenzuela, viejo compañero de la universidad, realizó el documental “Robar a Rodin: la historia detrás de la supuesta lección de arte que un estudiante le quiso dar a Chile”.

A casi 20 años de los acontecimientos, hay muchas dudas que aún persisten. A pesar de las versiones de los involucrados, no se sabe cuáles fueron los motivos que llevaron a Onfray a tomar la escultura, por qué la devolvió al día siguiente y qué pasó en las 21 horas en las que la pieza estuvo desaparecida. 

Lo que sí se sabe es que la reacción del público fue sorprendente. Luego del robo, la exposición de Rodin continuó, aunque sin el Torso de Adèle. La retrospectiva fue visitada por más de 300 mil personas, una cifra inédita para la historia de Chile.

Lo más curioso de todo es que la gran mayoría de las personas asistía al museo solo para apreciar el plinto vacío en el que había estado la famosa escultura.

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