Con diversas corrientes, surgen disruptivos movimientos que buscan representar el presente de las sociedades.
América Latina se posiciona como un escenario visual del arte donde la experimentación, la crítica social y los cambios culturales son inspiración para nuevas vanguardias. Lejos de replicar modelos europeos, se tratan de fórmulas de ruptura de principios del siglo XX que nacen de movimientos locales, del cruce entre arte y activismo.
Muchos consideran que se trata de una “rebeldía visual”que atraviesa el continente que no busca solamente provocar, sino reformular el lugar del arte como dispositivo de resistencia y transformación.
El arte como herramienta de narración social
Las nuevas vanguardias latinoamericanas del siglo XXI se entrelazan desde múltiples lenguajes, ya sea lo del arte digital, performance, instalación, arte urbano, arte indígena contemporáneo y prácticas eco-estéticas, son algunas de las formas predominantes.
Sin embargo, su verdadero impulso no es únicamente desde lo formal, sino en la capacidad de cuestionar sistemas de poder, narrativas coloniales y modelos de desarrollo. El arte se convierte así en herramienta para pensar lo político desde lo sensible, en diálogo constante con la historia y los territorios.
Uno de los puntos claves de esta escena contemporánea es la ciudad como espacio de intervención. En Buenos Aires, artistas como Tomás Saraceno muestra los vínculos entre ecología, arquitectura y ciencia en instalaciones que llevan a repensar las relaciones entre humanos y naturaleza.
Aunque instalado en Europa, su obra mantiene un diálogo constante con las tensiones ambientales y sociales de América Latina. Colectivos como GAC (Grupo de Arte Callejero) siguen una tradición de arte público con carga política, actualizando lenguajes visuales para denunciar la violencia institucional y las luchas por los derechos humanos.
En Brasil, la escena contemporánea tras el gobierno de Bolsonaro reactivó la producción artística con una mirada profundamente crítica. Artistas como Bárbara Wagner y Benjamín de Burca trabajan en la combinación entre videoarte y documental, dando visibilidad a comunidades afrodescendientes, LGTBIQ+ y migrantes a través de relatos híbridos que cruzan lo íntimo con lo colectivo.
Su trabajo es parte de un movimiento más grande que busca descolonizar la imagen, desmantelar estereotipos y crear nuevas formas de representación desde los márgenes.
Las voces indígenas en el campo del arte contemporáneo también marca un punto de transformación para las obras. En Bolivia, la artista Elvira Espejo Ayca, tejedora, escritora y curadora, es una de las figuras centrales en el desmontaje de las categorías coloniales del arte. Su práctica muestra los saberes ancestrales y propone una relectura del arte contemporáneo desde los sistemas de pensamiento andinos.
En Colombia, el artista indígena Camilo Baráse Rojas trabaja en obras que combinan técnicas tradicionales con materiales contemporáneos, planteando una crítica visual al desplazamiento forzado, la violencia y la pérdida de territorios.
Estas nuevas vanguardias, también cuentan con un marco digital. Las redes sociales, las plataformas NFT y la inteligencia artificial son escenarios para la experimentación artística. En México, la artista digital Carla María Machado investiga las tensiones entre cuerpo, identidad y algoritmo, proponiendo una estética glitch que denuncia las violencias de género en entornos digitales.
Su obra, que combina videoinstalación, realidad aumentada y ciberfeminismo, representa una generación que habita tanto el espacio físico como el virtual con igual potencia política. El cruce entre arte y activismo tiene un nuevo panorama que no se trata solo de denunciar, sino de construir imaginarios alternativos.
Colectivos como Tz’ikin, en Guatemala, vinculan el arte con la defensa del territorio y la cultura maya, utilizando murales, teatro comunitario y performance como herramientas de empoderamiento y memoria.
En Chile, luego del estallido social de 2019, crecieron las expresiones artísticas callejeras que utilizaron el espacio urbano como lienzo de lucha con grafitis, intervenciones, tejidos colectivos y afiches se convirtieron en archivo visual de la revolución popular que decidió alzar la voz.
La pandemia de COVID-19 también fue un impulso para nuevas vanguardias. El aislamiento obligatorio impulsó el desarrollo de proyectos digitales, pero también visibilizó las desigualdades estructurales y sociales en el acceso a la conectividad y los recursos.
Como respuesta, muchas iniciativas artísticas se inclinaron hacia lo comunitario, priorizando lo local y lo vincular como forma de resistencia. Así, la práctica artística se vinculo a ser una herramienta de cuidado, de escucha y de reconstrucción del tejido social.
Estas nuevas vanguardias latinoamericanas están marcadas por su diversidad, tanto estética como política. Pero están unidas por la necesidad de desafiar lo establecido, incomodar desde la imagen, construir desde el borde.
Con esta visión, se puede determinar que son herederas del arte conceptual, del muralismo, de las performances de los años 60 y 70, pero también se relacionan con el colapso climático, el feminismo interseccional y de la cultura remix, siendo cuestiones que atraviesas a las sociedades actuales. Buscan la ruptura continua tratando temas que generan disrupciones.
El arte latinoamericano del siglo XXI propone una visualidad crítica que interpela, incomoda y moviliza, utilizando un lenguaje que llega a miles de personas que viven un presente que es representado en obras.