Collage con una mano sosteniendo un megáfono y tres brazos levantados con el puño cerrado sobre fondo verde y formas de papel en rojo, naranja y verde.

El arte como resistencia ante las dictaduras militares

Durante la década de los 70 se desarrollaron dictaduras en diversos países de Latinoamérica y el arte fue herramienta ante el poder. 

Durante los años más oscuros de América Latina al momento que las dictaduras militares imponían silencio, miedo y censura, el arte fue una importante herramienta de resistencia. Lejos de las vitrinas del poder, diversas expresiones artísticas se convirtieron en instrumentos simbólicos, refugios de memoria y vehículos de denuncia. 

Pinturas, performances, instalaciones, fotografías y grafitis no solo desafiaron al autoritarismo del poder, sino que dejaron marcados un importante camino en la historia del arte contemporáneo del continente.

Este fenómeno no fue homogéneo, sino que cada país, cada artista, cada contexto político tuvo sus propias estrategias visuales. Pero en todos los casos, el arte sirvió para romper el muro del miedo, terror, canalizar el dolor colectivo y mantener en alza la esperanza de tener Justicia y libertad.

El poder arte en Latinoamérica en tiempos oscuros 

Durante la dictadura militar argentina, que se extendió del 1976 a 1983, el arte fue uno de los pocos lenguajes que logró esquivar la censura directa, sobre todo en espacios alternativos y circuitos independientes. 

En este escenario donde el miedo arrollaba los espacios, surgieron propuestas radicales como las de León Ferrari, que en su obra confrontaba de manera frontal el poder eclesiástico y militar. “La civilización occidental y cristiana” (1965), una figura de Cristo crucificado sobre un bombardero estadounidense, tomo una importante  vigencia durante la represión.

Pero también, si de poder de resistencia se habla se debe nombrar a las Madres de Plaza de Mayo. Aunque no se identificaban puntualmente como artistas, su ocupación performática del espacio público, con pañuelos blancos como símbolo, es una de las acciones más contundentes del arte político argentino.

Ese acto que tenía tintes de ritual, siendo repetido semana tras semana todos los jueves, convirtió la plaza en una galería viva de resistencia, por un pedido contundente: aparición de sus hijos, los desaparecidos.

Asimismo, artistas como Graciela Sacco, años más tarde, recuperaron visualmente esas memorias. Sus instalaciones con sombras de manifestantes y megáfonos en muros urbanos se relacionan con esa historia de silencios forzados y gritos reprimidos.

En Chile, se accionó contra el apagón cultural. La dictadura de Augusto Pinochet, que se ejecutó desde 1973 a 1990,  intentó domesticar las artes mediante con un aparato propagandístico y represivo. 

Ante este escenario, surgió el Colectivo de Acciones de Arte (CADA),  en el que artistas y poetas como Lotty Rosenfeld, Raúl Zurita y Diamela Eltit se unieron por un movimiento. CADA tomó las calles, los supermercados y los medios como soportes de intervención, desafiando  a la violencia estatal ejercida.

Lotty Rosenfeld se destacó en este aspecto. Con su serie Una milla de cruces sobre el pavimento (1979) alteraba las líneas de tránsito pintando cruces sobre las marcas viales. Su acción minimalista cuestionaba el orden impuesto, apropiándose del espacio urbano para sugerir otras formas de circulación simbólica.

El fotógrafo Luis Navarro es otro ejemplo, ya que visualizó desde la marginalidad los efectos del régimen en la vida cotidiana. Trabajaba clandestinamente y hoy es un archivo invaluable para entender el impacto del terror en los cuerpos y los espacios durante la dictadura. 

En Brasil, tras el golpe de 1964, el régimen militar activó una censura que se extendió hasta la producción artística. Como respuesta surgieron movimientos como el Tropicalismo, que utilizaron la ambigüedad, el humor y la ironía como formas de crítica. Si bien más visible en la música, este movimiento influenció a las artes visuales.

Artistas como Hélio Oiticica y Lygia Clark, fueron por la noción de arte hacia experiencias participativas. Oiticica, con su propuesta de los Parangolés proponía una ruptura del espacio institucional del arte y una recuperación del cuerpo como vehículo de expresión.

También fotógrafos como Evandro Teixeira documentaban las protestas estudiantiles y como se ejercía la violencia estatal, desafiando los límites del fotoperiodismo tradicional. Su serie sobre el funeral del periodista Vladimir Herzog, asesinado por la dictadura, es uno de los ejemplos más icónicos. 

Estos casos, son ejemplos de la producción de imágenes que forman parte de contraarchivos ya que enfrentan las versiones oficiales impuestas por los regímenes autoritarios. Estas obras construyen narrativas paralelas mostrando los nombres censurados y las emociones silenciadas.

El arte en tiempos de dictadura no fue solo expresión, sino supervivencia. Es que fue una herramienta para sostener la subjetividad, de reconstruir comunidad, de imaginar futuros posibles cuando el presente era insoportable.

Lejos de terminarse  con el retorno de las democracias, estas prácticas y archivos  siguen vigentes con lenguajes contemporáneos. Artistas trabajan con archivos, memorias e imágenes intervenidas para señalar aspectos de cierto tipo de poder represivo y la necesidad de seguir mirando críticamente el pasado.

El arte latinoamericano se presenta como una herramienta de  resistencia y  denuncia, es memoria viva. Y en ese gesto  de crear en medio del horror, se encuentra una de las manifestaciones más potentes de la  humanidad. 

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