Benedicta Badía concibe el arte como un ecosistema formado por diversos actores como galerías, museos, coleccionistas, críticos y demás. Ubica al artista en el centro de dicho ecosistema, considera que es el factor principal y el más importante de todos los mencionados.
Benedicta Badia es una de las coleccionistas más importantes del arte latinoamericano y del mundo entero. Es dueña de una mirada disruptiva. Considera que una colección vale más por su relevancia social y política que por su valor económico de mercado. También sostiene que el arte contemporáneo no necesariamente tiene que ser bello para ser bueno. Lo más importante es que genere pensamiento e incomodidad.
Mucho más que una coleccionista
Benedicta Badía nació en Argentina en 1971. A lo largo de su vida vivió en países como Puerto Rico, México y Singapur. Ahora se encuentra instalada en la ciudad de Chicago, en Estados Unidos.
Trabajó para diversas galerías y ferias. En la actualidad, es parte activa de distintos museos e integra el comité de adquisiciones del Círculo de América Latina del Guggenheim.
Es conocida ante todo por su rol como coleccionista. Sin embargo, su labor y su importancia en el mundo del arte excede el coleccionismo. Badía desempeña una función clave en materia de educación, divulgación y sostén en todo el ecosistema del arte.
Su visión del arte contemporáneo
Guillermo Garat indica que Badía es una profesional que desconfía de lo fácil. La propia Benedicta lo confirma al decir que sospecha de todo aquello que resulta sumamente atractivo a primera vista.
Para la coleccionista argentina, el arte debe incomodar, ubicar al espectador en un lugar no del todo agradable. Sostiene que el arte contemporáneo se caracteriza precisamente por ser difícil de decodificar.
Se trata de sentirlo y no de entenderlo. Y esos sentimientos se deben inscribir en el orden de lo incómodo. Nombra en reiteradas ocasiones a Thomas Cohn, galerista de Brasil con el que llegó a trabajar. Benedicta se vio influida por sus ideas. Cohn le decía que lo que es lindo no necesariamente es bueno. Y que debía aprender a diferenciar ambos atributos.
Thomas también influyó en ella como coleccionista. Le recomendó por ejemplo que buscara artistas que no supieran que producían arte. Y la llevó a interesarse en el arte étnico.
Un ejercicio político
Badía se considera una coleccionista incipiente, en el sentido de que comenzó a adquirir piezas artísticas hace poco tiempo. Empezó a comprar arte porque le apasiona. Y su práctica se expandió una vez que comprendió que toda colección cuenta una historia.
Afirma que el acto de coleccionar es un ejercicio político. Y además una responsabilidad social. La historia que cuenta con su colección habla de una visión del arte como herramienta de transformación social.
Guillermo Garat considera que Benedicta tiene una mirada disruptiva. La argentina mide su colección en términos de relevancia social, no por su valor económico de mercado.
Aprecia las obras y a los artistas por la capacidad que tienen al momento de generar nuevas formas de pensamiento. La injerencia en el plano político vale más que el precio de una pieza.
Arte en movimiento
Benedicta Badía colecciona con una voluntad de confrontar, de impulsar cuestionamientos y abrir preguntas. Lo hace desde un posicionamiento constructivo, apostando por un futuro mejor.
Es una decisión que excede el coleccionismo y que aplica a todo lo que hace. Apuesta por el arte contemporáneo financiando proyectos de artistas, difundiendo sus obras, creando vínculos entre los artistas y las galerías y mucho más.
También se posiciona en contra de todo aquello que considera injusto. Rechaza por ejemplo a todas aquellas galerías que aumentan el valor de las obras solo por seguir las especulaciones del mercado.
Badía considera que hay 3 factores fundamentales que justifican el aumento de precio de una obra. Su autor tiene que madurar, la pieza en sí debe hacer lo mismo y ambas partes deben tener una mayor relevancia para la sociedad.
Rechaza asimismo la idea de comprar arte solo por el hecho de poseer. Las piezas deben ser exhibidas, estar en movimiento, en circulación, siempre dispuestas para los espectadores.
De esta manera, se posiciona en contra de los museos y de los centros hegemónicos que exhiben apenas un 5% de su acervo, mientras que todo lo demás permanece en las sombras y en una quietud total.