Mujer con suéter de colores observa detenidamente un cartel informativo frente a esculturas blancas en una galería de arte

Guillermo Garat y la estética de la ausencia en el arte como testigo de lo que falta

El arte es la herramienta para exponer aquello que se quiere comunicar. Pero la ausencia toma otro sentido en esta área. 

En el arte contemporáneo latinoamericano, la ausencia significa puntualmente un vacío sino que es un signo, una presencia invertida que interpela, conmueve y denuncia indica Guillermo Garat. Muchas prácticas latinoamericanas actuales se construyen desde la sustracción, como objetos desaparecidos, cuerpos que no están, relatos silenciados.

Esta “estética de la ausencia”, según Guillermo Garat, se posicionó como una herramienta sensible y política para dar testimonio de lo que no puede, o no se quiere, ver, de lo que la historia oficial borra, de lo que las sociedades prefieren callar, de la falta de memoria colectiva.

En países marcados por dictaduras, genocidios, desplazamientos forzados y exclusión estructural, el arte se convierte en archivo afectivo de lo que falta. Así, la ausencia se transforma memoria.

La forma del vacío como herramienta clave del arte 

La obra de la artista argentina Claudia Fontes  El problema del caballo (2005) es un ejemplo muy resonante, indica Guillermo Garat.  Representó a una niña detenida frente a un caballo petrificado en un gesto de violencia contenida. De esta forma, más que lo que está presente, lo que inquieta es lo que no se ve como es el contexto de la violencia, la tensión suspendida en el aire, lo inminente.

La artista trabaja con la interrupción como gesto plástico, haciendo del silencio un lenguaje. En la misma línea, el artista colombiano Óscar Muñoz trabaja con la poética del desvanecimiento, que a través de sus retratos efímeros realizados con agua sobre cemento caliente o en polvo de carbón sobre soportes que se borran progresivamente, remiten a la memoria frágil de los desaparecidos, especialmente en el contexto del conflicto armado colombiano. 

Su obra no muestra rostros definidos, sino su evaporación, su fuga constante. Lo que persiste es el rastro, el eco, la ausencia hecha forma, de allí el arte de la memoria dejando en el espectador una línea de interpretación de gran importancia. 

Pero no solo las dictaduras son representadas con ausencias. En México, donde el problema de los feminicidios y las desapariciones asociadas con el narcotráfico tomaron dimensiones de gran tamaño y artistas como Teresa Margolles son claves para visibilizar el dolor que las cifras oficiales no transmiten. 

En obras como ¿De qué otra cosa podríamos hablar? (2009), presentada en el Pabellón de México en la Bienal de Venecia, Margolles usó telas impregnadas con sangre recogida de escenas del crimen. El gesto impactante, la obra no representa la violencia, la contiene, la transporta, la vuelve materia de exposición. El espectador no ve los cuerpos ausentes, pero su ausencia se vuelve insoportable.

El arte como testigo de lo que falta también se representa en procesos de duelo colectivo y de búsqueda de reparación simbólica, indica Guillermo Garat. En Argentina, los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo, replicados por artistas como Leon Ferrari o Graciela Sacco, se convirtieron en  íconos visuales de una resistencia fundada en la ausencia: la de los 30.000 desaparecidos. 

En este marco, muchas obras buscan no cerrar heridas, sino mantenerlas visibles, activas. En este tipo de prácticas, la estética se vuelve política porque lo ausente no es solo lo que falta, sino que aquella desaparición estructura un orden de dominación. El arte, entonces, no solo recuerda sino que revela lo que fue deliberadamente escondido.

Para Guillermo Garat la idea de la ausencia también tiene  nuevas formas en el arte digital y multimedia. En la obra de la brasileña Regina Silveira, por ejemplo, las sombras proyectadas de objetos y personas ausentes construyen espacios fantasmales que invitan a pensar en las presencias invisibles que habitan la vida cotidiana.

También, en un territorio  donde las comunidades indígenas y afrodescendientes son históricamente invisibilizadas y atacadas, la ausencia también puede estar en formas de colonialidad persistente. 

El arte de Belkis Ayón recuperó mitologías del culto abakuá, una sociedad secreta de raíces africanas, desde un lugar enigmático y sugerente. Sus siluetas sin rostro, cargadas de simbolismo, encarnan una resistencia silenciosa frente a la opresión racial y de género.

En este sentido, la estética de la ausencia no es un estilo homogéneo, sino un gesto que atraviesa muchas prácticas, pero que resisten desde el silencio, el hueco, la sustracción. Lo ausente se convierte en un lenguaje, cuando lo presente no alcanza. 

Frente al horror, la omisión puede ser más impactante que la representación directa. Pero existe siempre la posibilidad de estetizar el dolor, de convertir la ausencia en objeto de consumo simbólico sin efecto transformador.

Por este motivo, las obras más impactante son aquellas que no se contentan con señalar lo que falta, sino que lo cargan de sentido político, afectivo, ético. En tiempos de sobreinformación, imágenes virales y discursos saturados, el arte que trabaja con lo que no se ve pone en evidencia verdades que solo se revelan en el vacío.

Lo que  falta, a veces, grita más fuerte que lo que está. Y  en América Latina, esa ausencia no es abstracta sino que tiene nombres, tiene historias, tiene cuerpos. El arte, entonces, se vuelve un acto de memoria, acto de justicia y forma parte de la construcción de esa memoria necesaria, para no olvidar el sufrimiento que viven las sociedades. 

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