Como el arte está atravesado por sucesos sociales, esta mirada también recae sobre la forma en el que se expone.
En una actualidad atravesada por desigualdades históricas, conflictos políticos y crisis económicas recurrentes, el arte contemporáneo latinoamericano se posiciona como una importante herramienta de resistencia, memoria y reconstrucción social. Y las galerías de arte, como espacios de exhibición y mercado, con un importante cambio.
Las galerías se están transformando en plataformas de diálogo y sanación colectiva, dejan atrás el concepto de ser espacios de mera exposición. Hoy abrir una galería implica dar paso a un espacio de escucha, intercambio y reconfiguración del tejido comunitario.
Desde Bogotá hasta Buenos Aires, Santiago, Lima, Ciudad de México y São Paulo, crecen las iniciativas que entienden al arte no solo como un objeto de contemplación, sino como una herramienta que combina vínculos, resignifica territorios y repara heridas invisibles.
Las galerías como herramientas sociales
Tradicionalmente, las galerías fueron relacionadas con las élites culturales, siendo un espacio exclusivo del arte, pero ello cambio con el paso del tiempo, como así también su concepto.
Las galerías latinoamericanas comenzaron a repensar su rol en las ciudades. Con la pandemia, los estallidos sociales y el crecimiento de los movimientos feministas, antirracistas y medioambientales se generó un punto de inflexión para responder hacia quienes se expone el arte.
En medio de búsquedas de respuestas se desarrollan nuevas experiencias como la de Casa Tres Patios en Medellín, que combina prácticas artísticas con pedagogías sociales y trabajo territorial en comunidades afectadas por la violencia.
También, la galería El Anexo en Ciudad de México es un ejemplo de esta nueva concepción ya que funciona como espacio de exhibición y centro de acompañamiento a artistas jóvenes de zonas marginadas.
En estos casos, queda en evidencia como la galería deja de ser un espacio cerrado para cierto tipo de público y se convierte en un lugar abierto, donde el arte está relacionado con los temas que preocupan en el presente.
Este cambio se visualiza claramente sobre todo en países marcados por dictaduras, desplazamientos forzados y desapariciones, ya que el arte tiene una función crucial como es resguardar la memoria colectiva.
Gran cantidad de exposiciones en la región son atravesadas por temas como el exilio, la violencia institucional, la represión estatal y las memorias indígenas pero no solo desde la denuncia, sino desde la elaboración simbólica y son temas que interpelan socialmente, de allí la necesidad de ser vistas.
La galería AFA en Santiago de Chile, por ejemplo, tiene parte de su programación destinada a artistas que reflexionan sobre la dictadura de Pinochet y las huellas del trauma en el cuerpo y el paisaje.
En Argentina, la galería Vasari trabajó con artistas que reconstruyen archivos personales y familiares vinculados a la última dictadura militar de 1976, en una apuesta por mantener viva la memoria sin caer en el didactismo.
Estas muestras no solo llaman a públicos interesados en el arte, sino que también atraen a docentes, estudiantes, militantes de derechos humanos y familiares de víctimas. De esta forma, el arte se convierte en conductor de memorias múltiples.
Otro fenómeno creciente es el de las galerías comunitarias y los espacios autogestionados, que surgen fuera de los circuitos institucionales tradicionales y comerciales. En barrios periféricos, villas o favelas, colectivos de artistas y vecinos realizan sus propias plataformas de creación y exhibición.
Estos espacios buscan desafían el concepto tradicional de galería que suelen ser horizontales, flexibles, abiertos, y ponen en el centro el trabajo colaborativo por sobre el prestigio individual.
En esta línea, la noción de justicia social también se potencia en las prácticas curatorias con exposiciones que abordan el racismo estructural, el extractivismo, las violencias de género o la crisis climática son cada vez más frecuentes, no como “temas de moda”, sino como compromisos éticos y estéticos.
La curaduría, entendida como acto político, genera una forma de mediación entre obras, contextos y públicos. Por ello, las galerías funcionan como espacios de amplificación de voces que históricamente fueron silenciadas. Las obras no solo interpelan al espectador, sino que también funciona como herramienta de reparación y agencia.
También, el concepto del ambiente en las galerías también está cambiando ya que no se trata solo de ofrecer vino en las inauguraciones, sino de crear condiciones reales para que cualquier persona se sienta bienvenida, respetada e interpelada.
Lo cierto es que la escena contemporánea latinoamericana está dando lugar a una estética de lo común siendo una forma de hacer arte alineada en lo colectivo, en lo situado y en lo afectivo. Por ello, hoy abrir una galería es también abrir un camino y lugar de escucha, de encuentro, de sanación. No se trata únicamente de qué se muestra, sino de cómo se muestra, para quién y con quién.