La artista italiana radicada en Brasil se convirtió en una referente en América Latina sobre el arte sobre el cuerpo femenino en tiempos turbulentos.
En los años setenta, el arte latinoamericano vivió una gran transformación, tanto formal como política. Las dictaduras militares, las olas migratorias, los movimientos feministas y las nuevas búsquedas estéticas dieron paso a una ruptura que desafió las estructuras tradicionales.
En ese escenario se dio paso a nuevas figuras que resaltaban por sus miradas y propuestas. Anna Maria Maiolino es una de ellas teniendo una voz singular, siendo una artista que exploró el cuerpo femenino no desde la representación convencional, sino desde la ausencia, el gesto, el silencio y lo visceral.
Su trabajo se convirtió en una exposición del cuerpo silenciado, como así también una herramienta para declarar su existencia. Nació en Italia en 1942 pero se instaló en Brasil en 1960, y desde allí se convirtió en una figura clave del arte contemporáneo latinoamericano.
Con su trayectoria de más de seis décadas y recorre diversas técnicas como dibujo, grabado, poesía visual, instalación, fotografía y performance. Pero cada uno de sus proyectos está atravesado una interrogación constante sobre la experiencia del cuerpo femenino en escenarios de opresión como la dictadura, la maternidad, la sexualidad, el lenguaje, el exilio.
El cuerpo femenino, la musa del mensaje por dar
Durante la década del setenta, Brasil vivía los años más oscuros de su régimen militar, momento en el que la censura, la represión política y la violencia de Estado afectaron de manera directa a los artistas y muchos eligieron por estrategias indirectas para escapar de la opresión.
Anna Maria Maiolino sin renunciar a una postura crítica, eligió por el camino de la sutileza poética y la radicalidad formal. En lugar de representar la violencia, la incorporó como ausencia, como negación, como interrupción del discurso, con un lenguaje no verbal.
En su serie de performances y registros fotográficos, como Entrevidas (1981), la artista propone una experiencia corporal que es íntima y colectiva, en la que el público participa mostrando su fragilidad.
Una de las claves del arte feminista de los setenta fue la reivindicación del cuerpo no como objeto de contemplación, sino como espacio de enunciación y comunicación. De esta forma, se distancia de las representaciones tradicionales del cuerpo femenino sexualizado para construir un mensaje visual basada en la repetición, el vaciamiento y la tensión entre materia y forma.
En sus dibujos de la serie Livro-Objeto, realizados en papel calado, el vacío es el protagonista ya que lo que se muestra es lo que falta, aquello que fue cortado y lo que fue silenciado siendo que es estrategia que lleva directamente a la experiencia de la censura, pero también a la forma en que la historia del arte, históricamente, invisibilizado las voces de las mujeres.
Asimismo, su uso del barro, la arcilla y otros materiales orgánicos va en relación con una práctica ancestral vinculada a lo femenino pero lejos de este significado, la carga de sentido político. Al amasar, moldear o repetir gestos manuales en sus performances o instalaciones convierte el trabajo doméstico en acto simbólico
Pero para Maiolino lo corporal no se limita a la representación de la figura humana, sino que su interés está en la materialidad como extensión del cuerpo. El barro húmedo, la masa orgánica, el papel rasgado, la superficie atravesada por cortes, son signos de un cuerpo que no se deja capturar por lo tradicional.
En sus esculturas e instalaciones de los años setenta y ochenta, la artista brinda la idea de la repetición como forma de resistencia, ya que desafía la productividad capitalista y abre una mirada contemplativa pero también lleva a la visualización de las tareas repetitivas de la vida doméstica como es lavar, cocinar, limpiar.
Lo que antes era considerado “no arte” se convierte en acto poético, político y artístico. Este cruce entre vida y obra, entre lo personal y lo colectivo, es un lineamiento en su trabajo.
Y cabe destacar que aunque el arte de esta destacada mujer surgió en el contexto del Brasil dictatorial de los setenta, su obra sigue siendo profundamente contemporánea. Su trabajo con el lenguaje, el silencio, la migración y la identidad de género es potenciado con las preocupaciones del arte actual.
Hoy, en un presente donde las luchas feministas se están reconfigurado a nivel mundial, su obra adquiere nuevos sentidos. En la última década, exposiciones en el MoMA de Nueva York, la Pinacoteca de São Paulo y la Documenta de Kassel constrinuyeron a potenciar su lugar en el presente.
Asimismo, la mujer de ahora 83 años, pertenece a una generación de artistas que hicieron del silencio una forma de enunciación, dando una resignificación ante la represión eligió el lenguaje del gesto y colocó al vacío como signo, y a través de sus obras habla desde las fisuras, desde los cortes, desde el cuerpo que amasa, que resiste, que permanece.
Poder mirar su trabajo desde una perspectiva feminista y latinoamericana lleva a poder entender las tensiones del arte de los setenta pero también poder a dar voz a las luchas presentes, porque a pesar de los años, los cambios sociales y culturales, el cuerpo sigue siendo territorio en disputa, y el arte una forma visualizarlo.