Retrato artístico de perfil formado por una composición de piezas coloridas y geométricas que simbolizan la diversidad del espectro autista.

Las vanguardias latinoamericanas y su ruptura con Occidente

Lo local comenzó tener su voz en el arte, siendo que lo territorial fue tomado por su propio peso para ser plasmado en piezas artísticas. 

Durante el siglo XX, el arte latinoamericano fue mirado desde una perspectiva periférica siendo que su valor dependía de su cercanía a los movimientos  europeos o norteamericanos. Pero las vanguardias del continente respondieron ante esto, con inteligencia y sensibilidad a los modelos occidentales. 

En las piezas artísticas se encontró una reescritura de los lenguajes modernos desde una matriz propia, en diálogo con la historia, la identidad y los conflictos del sur global. Se tratan de  movimientos artísticos que dieron lugar a una estética que alcanzó un horizonte universal desde lo territorial.

Las vanguardias latinoamericanas no surgieron desde cero, sino que compartieron ciertas búsquedas en los movimientos europeos como el cubismo, el futurismo o el surrealismo, pero  su desarrollo estuvo atravesado por las realidades sociales, políticas y culturales de cada país. 

De esta forma, el arte moderno en América Latina no fue una importación, sino una relectura transformadora de realidades, siendo que en esa combinación entre tradición y modernidad, entre lo autóctono y lo internacional, se creó una identidad visual que desafió al eurocentrismo. 

El arte desde una mirada propia

El Movimiento Modernista brasileño fue punto de inflexión en para la historia del arte latinoamericano. En los años 20 en n la Semana de Arte Moderna de 1922 en São Paulo, artistas como Anita Malfatti, Mário de Andrade y Oswald de Andrade impulsaron una ruptura estética y cultural con respecto al arte  europeo, y propusieron una revalorización de lo indígena, lo afrodescendiente y lo popular. 

En Argentina, el Grupo Madí y el arte concreto-invención, conformado por artistas como Gyula Kosice, Carmelo Arden Quin y Tomás Maldonado,  los años 40 impulsaron  la noción tradicional de pintura como ventana. En lugar de representar, proponían construir. 

Desde Buenos Aires, se impulsó una experimentación geométrica y conceptual que rechazaba el ilusionismo, el marco convencional y hasta la idea de autoría fija, con obras que podían transformarse o ser manipuladas por el espectador. Influenciados por el constructivismo ruso y el neoplasticismo, le dieron a la abstracción un carácter lúdico, irreverente y profundamente latinoamericano.

En México, la revolución de 1910 fue el contexto para una de las manifestaciones artísticas más influyentes del siglo como es el muralismo.  Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco impulsaron esta vanguardia que colocó al arte como una herramienta  visual revolucionaria. Los muros se convirtieron en lienzos públicos donde se contaban sobre las luchas sociales, la identidad indígena y la historia nacional desde una perspectiva emancipadora. 

A diferencia de las vanguardias europeas, enfocabas en la subjetividad  el muralismo se posicionó como un arte monumental, didáctico y comprometido. Esta combinación entre política y estética se replicó fuertemente. 

En Chile, el taller 99 impulsó en los años 50 una renovación del grabado con contenido social. En Perú, diversos artistas se posicionaron como exponentes del indigenismo pictórico, y buscaron representar la cosmovisión andina con respeto y dignidad.

En Cuba, luego de la revolución de 1959, el arte se convirtió en un campo de disputa ideológica y también como espacio de creatividad efervescente, especialmente en el cartelismo, la fotografía y la gráfica popular.

En este escenario, uno de los grandes ejes  de las vanguardias latinoamericanas fue la reivindicación de lo ancestral como fuente de innovación estética, siendo que muchos artistas eligieron  mirar las culturas originarias del continente para una resignificación contemporánea.

En Ecuador, el colectivo de Vanguardia Artística Nacional (VAN), en los años 60, propuso un arte experimental con raíces precolombinas. En Bolivia, artistas como Marina Núñez del Prado realizó esculturas que integraban la sensualidad de las formas andinas con un lenguaje universalista. En Colombia, Alejandro Obregón combinó expresionismo y simbolismo para tratar temas como la violencia o la naturaleza tropical.

El uso de herramientas derivadas de lo originario también se refleja en uso de materiales, técnicas y formatos. Las fibras vegetales, los pigmentos naturales, las cerámicas y los tejidos tradicionales ocupan un lugar central en la producción artística, desafiando el mercado y la academia occidental.

Pero lo cierto es que esta “ruptura” latinoamericana generó la crítica internacional que consideraba que las vanguardias latinoamericanas eran manifestaciones derivadas o “atrasadas” ante las europeas. 

Sin embargo, esa mirada cambió en los últimos años. Museos de renombre como el MoMA, el Reina Sofía o la Tate Modern rescribieron sus narrativas para incluir  a artistas latinoamericanos que antes no eran tenidos en cuenta. 

Este reconocimiento, si bien tomó tiempo en desarrollarse, es sinónimo de una avance de análisis con una mirada integral pero también habla del poder que tienen estas vanguardias para interpelar los desafíos contemporáneos. La crisis ambiental, las migraciones y la desigualdad, tienen lugar en el arte que nace desde una mirada crítica, plural y  humana.

Las vanguardias latinoamericanas no buscaron una negación del arte occidental, sino una superación desde adentro con el arte como una de las herramientas más poderosas. Para ello, se utilizaron elementos de las estéticas modernas pero los adaptaron, los deformaron, los usaron con mitos, símbolos y luchas locales. De allí nació una nueva forma de universalidad siendo una que no impone un centro, sino que dialoga desde múltiples orígenes.

En esa ruptura con Occidente se dejó en claro que la modernidad no tiene una sola cara ni una sola voz. El arte latinoamericano lo demostró.

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