En tiempos revolucionados, el arte se forjó como herramienta comunicativa. Un punteo sobre su impacto social y cultural en Latinoamérica.
A principios del siglo XX, en un territorio atravesado por la Revolución, el arte en México encontró un nuevo lenguaje con un enfoque monumental, político y con un rol identitario, que transmita una nueva realidad nacional.
Con estas características, nació el muralismo mexicano. Se trata de una vanguardia que no solo transformó los muros de edificios públicos en lienzos majestuosos, sino que reconfiguró la relación entre arte, Estado y pueblo.
Más que una corriente estética, el muralismo mexicano fue movimiento de insurgencia cultural, una herramienta de pedagogía visual y de requerimiento de soberanía en tiempos de redefinición nacional.
Revolución, renacimiento cultural y el arte como herramienta de manifestación
La Revolución Mexicana, desarrollada de 1910 a1920, no solo marcó una transformación en la historia política del país, sino que impulsó un nuevo proyecto cultural, vigente hasta la actualidad.
Con el ascenso de un gobierno revolucionario, encabezado en los años 20 por figuras como Álvaro Obregón y José Vasconcelos surgió la idea de un arte público al servicio de la reconstrucción nacional con un alto porcentaje de población analfabeta, con profundas desigualdades sociales y una identidad fragmentada entre herencias indígenas, coloniales y modernas.
Vasconcelos impulsó una visión de arte educativo y transformador, apoyándose en un pensamiento respecto a una cultura accesible y como parte del proceso de regeneración del espíritu nacional.
De esta forma, surgió un programa estatal de muralismo, que llamó a jóvenes artistas con una misión clara para pintar la historia del pueblo mexicano y sus luchas en los muros de escuelas, edificios gubernamentales y espacios públicos.
En este escenario, el muralismo mexicano contó con grandes exponentes que dejaron plasmado su talento y visión de su realidad. Estos artistas de, ahora, renombre compartieron ideales revolucionarios, usaron muros como soporte político, pero sus estilos y enfoques eran muy distintas.
Diego Rivera es uno de los nombres más célebre en este movimiento artístico. Con su arte dio una estética clara, de líneas sólidas, inspirada tanto en el Renacimiento italiano como en el arte precolombino. En sus murales representó a campesinos, obreros, líderes revolucionarios y escenas de lucha social, dejando en evidencia una narrativa optimista del pueblo como motor de la historia.
Por su parte, José Clemente Orozco evidenció en su arte una visión más sombría, crítica y expresionista. Sus obras en el Hospicio Cabañas en Guadalajara o el Colegio de San Ildefonso, son un claro ejemplo. Para él, el heroísmo popular es atravesado por la tragedia, la violencia y el desencanto y no dudó en mostrar las contradicciones de la Revolución y las limitaciones del poder
El tercer exponente de este movimiento es David Alfaro Siqueiros. Es considerado el más radical de los tres ya que fue un militante del comunismo y un experimentador técnico. Utilizó una estética dinámica, casi cinematográfica, y un enfoque de arte colectivo, para plasmar su postura con arte.
Además, impulsó nuevas técnicas como el uso del aerógrafo, la pintura acrílica y la proyección de imágenes. La Marcha de la Humanidad, en el Polyforum Cultural Siqueiros, es de su autoría y es considerada de las obras más ambiciosas de la historia del arte moderno.
El arte como herramienta ideológica
Para los muralistas, la opción de que su arte sea contemplativo encerrado en galerías no era viable, sino que debía ser un medio de comunicación directo, una extensión del proyecto político revolucionario. De allí la propuesta del muralismo de una relectura de la historia desde abajo incluyendo a los indígenas, los campesinos, los obreros y las mujeres pasaron a ser protagonistas del relato nacional.
Este aspecto político en el arte no se limitó al contenido, sino que también transformó las técnicas y los modos de producción de las obras. Es que los murales se pintaban en lugares públicos y muchas veces con la participación de colectivos de artistas, que respondían a pedidos estatales con una función social.
De esta forma, el muralismo combinó arte y poder con propaganda y creación autónoma. Su impacto no tardó en extenderse por el territorio latinoamericano, cruzando fronteras y contextualizando en cada escenario político.
En Argentina, Chile y Brasil por ejemplo muchos artistas encontraron inspiración en este modelo de arte público y comprometido. Actualmente, movimientos contemporáneos como el arte callejero, el grafiti político y las intervenciones urbanas se impulsaron de la tradición muralista, como formas de expresión que cuestionan la hegemonía, ocupan el espacio público y visibilizan lo marginal.
El muralismo clásico dejó de ser una vanguardia, pero su legado sigue intacto. En ciudades mexicanas como Ciudad de México, Oaxaca o Guadalajara, el arte urbano sigue estando presente en los muros con sociales.
Artistas como Saner, Curiot o el colectivo Lapiztola utilizan herramientas iconográficas del muralismo histórico, resignificándolos en la actualidad. También, en instituciones y museos, se impulsa la valorización de las obras de Rivera, Orozco y Siqueiros no solo como patrimonio artístico, sino como archivo político.
El muralismo es utilizado para exposiciones internacionales, investigaciones académicas y reinterpretaciones desde el arte digital y el cine. Su narrativa es cuestionada también desde perspectivas de género y descoloniales, interrogando el lugar de las mujeres y las culturas originarias dentro del movimiento.
El muralismo mexicano fue, y sigue siendo, un fenómeno cultural de gran impacto. Revolucionó el lenguaje del arte moderno, puso al arte en el centro de la vida pública, fue una herramienta para generar conciencia, identidad y transformación social.