
Las gafas de sol con forma de corazón siempre están. No importa si están de moda o no: cada tanto vuelven. Estuvieron en videoclips, en campañas de marcas grandes, en disfraces, en remeras, en emojis. Y aunque casi nadie las usa en serio, siguen circulando. Funcionan más como símbolo que como accesorio.
No hacen falta argumentos técnicos. No se eligen por comodidad, se eligen porque tienen un gesto que se reconoce enseguida.
Eso es lo que las mantiene vivas. Porque, si uno lo piensa, no tienen mucho sentido. La forma no favorece a casi ninguna cara. El diseño suele ser incómodo, y muchas veces los materiales no son buenos. Pero no importa, las gafas de sol con forma de corazón no se compran para durar. Se compran para aparecer, para hacer una foto, para sumar algo que descoloque. Tienen más que ver con lo performático que con lo estético.
En muchos casos, la compra es irónica. Nadie espera que queden bien. Pero justamente por eso llaman la atención. Es un diseño que no busca integrarse con el resto del outfit, sino sobresalir por su rareza. Y eso, en un mundo donde todo pasa por imagen, es una ventaja. Las gafas de sol con forma de corazón funcionan como un chiste visual que, por repetido, ya se volvió parte del paisaje.
Una historia que arranca con una película
Estas gafas de sol fueron parte del afiche de una película que se volvió un ícono del cine y también de la moda. Desde entonces, esas gafas quedaron pegadas a una idea de rebeldía medio naif, medio provocadora.
Después vinieron los videoclips. Primero en el pop, después en el reguetón, más tarde en el trap. Las gafas de sol con forma de corazón aparecieron en artistas de distintos estilos y géneros. Siempre como parte de un gesto exagerado, que mezcla lo infantil con lo kitsch. Esa contradicción es clave: el objeto remite a algo tierno, pero el uso lo resignifica.
También hay algo visual que ayuda: la forma del corazón es fácil de leer, incluso a distancia. Se reconoce enseguida. No hace falta detenerse a mirar. Es una silueta que, por su trazo y su carga simbólica, capta la atención sin esfuerzo. En redes sociales eso pesa. Una imagen que se entiende rápido funciona mejor que una que hay que interpretar.
Nadie espera que sean cómodas
No son cómodas, no se adaptan bien al rostro, no tienen buen agarre. Algunas incluso vienen mal calibradas o con lentes que distorsionan. Pero la idea no es usarlas todo el día. Es ponérselas en un momento puntual, hacer la foto, salir a la calle con algo distinto.
Por eso la exigencia es baja. Nadie se queja de que no protegen del sol como deberían. Nadie espera que sean polarizadas ni resistentes. Es como un disfraz: se usa sabiendo que no sirve para mucho. Lo importante es el efecto inmediato. Y si genera una reacción, ya alcanza.
Además, muchas veces ni siquiera se compran. Se consiguen en ferias, se prestan entre amigos, vienen como parte de una caja de regalos o incluso aparecen en kits de fiestas. Eso también les da un valor simbólico distinto. No son gafas de sol que uno elige con tiempo. Son un recurso espontáneo.
Cuando el exceso deja de ser un problema
Hay algo interesante en este tipo de diseño: no buscan el equilibrio. No se preocupan por caer bien. El exceso es parte del atractivo. El color suele ser intenso. El marco es grueso. Los detalles están sobreactuados. Y todo eso, que en otro modelo podría ser un defecto, acá suma. Porque refuerza la idea de que se trata de un accesorio para llamar la atención.
Incluso quienes dicen “ni loco me pondría eso” terminan aceptando que, dentro de ciertos códigos, puede funcionar. En fiestas temáticas, en sesiones de fotos, en ciertos espacios de redes o en eventos con dress code, las gafas de sol con forma de corazón tienen un lugar. No buscan parecer algo serio. Eso las libera.
También pasa algo más de fondo: en un contexto donde muchas marcas intentan vender gafas de sol como si fueran piezas de diseño, estas aparecen como una especie de anti-objeto. No hay aspiración detrás. Son parte de una estética más suelta, más de juego. Y eso, para algunos, es un descanso.
Se siguen usando aunque no estén de moda
Si bien no son tendencia ni tampoco aparecen en campañas de marcas grandes ni en las pasarelas más visibles, siguen ahí. Cada tanto alguien las saca en una historia de Instagram, en un video corto, en una salida con amigos. Se mantienen en circulación, aunque sea de costado.
Eso también las vuelve resistentes. No dependen de una temporada ni se agotan cuando cambia la moda. Simplemente bajan el perfil y después reaparecen. Porque son fáciles de producir, fáciles de reconocer y, sobre todo, fáciles de usar como chiste. No piden compromiso. No buscan encajar ni marcar tendencia. Pero siguen funcionando como señal de algo que no necesita explicarse. Con eso les alcanza para durar.